La mañana del 7 de septiembre de 1911 la policía francesa irrumpió en la casa de Picasso en Paris… buscando la Gioconda. Si, la Monna Lisa, la famosa obra del Louvre, que había desaparecido el 21 de agosto.
¿Pero cómo se le llegó a vincular al artista con el robo más famoso de la historia?
Ya sabes que si prefieres escuchar este post, abajo del todo te lo dejo en formato audio.
Para eso tenemos que rebobinar unos cuantos años atrás. En concreto a 1907. Picasso por entonces era un joven pintor español que ya se había hecho un hueco en los círculos artísticos de Paris. Dentro de su círculo de amigos estaban Braque, Delaunay y Apollinaire. Y es justo este último, el punto de unión con la desaparición de la Mona Lisa.
Apollinaire, a cambio de alojamiento en su casa, había contratado como secretario personal a Joseph Géry Pieret, un joven que todo el mundo describe como cosmopolita, muy divertido, algo escandaloso y bastante amigo de lo ajeno. Vamos, que le encantaba robar cosillas, y para él, cosillas bien podían ser unas esculturas íberas del Louvre.
Hay quien dice que por encargo de Picasso, que en ese momento estaba obsesionado con el arte íbero, otros dicen que por voluntad propia, el caso es que dos pequeñas esculturas acabaron en el estudio del pintor, quien años más tarde reconoció haber pagado a Pieret 50 francos por ellas aun siendo muy consciente de su ilícita procedencia.
Y aquí hago un pequeño paréntesis, pero es que esas estatuillas fueron la inspiración para que el malagueño pintara las Señoritas de Aviñón, obra con la que inauguró una de sus más significativas etapas artísticas y que se convertiría en uno de sus cuadros más famosos.
Pero volvamos al robo de la Gioconda.
Cuatro años después, en el verano de 1911, estando Picasso de vacaciones en Céret, se entera por los periódicos del escándalo del Louvre. Y la cosa no hubiera ido a mayores, si el famoso Pieret, si, el mismo de las estatuillas, no hubiera azuzado el ya acalorado debate, llevando a la redacción del Paris-Journal una cabeza antigua que él mismo había robado del Louvre unos meses antes y que atesoraba en casa de Apollinaire, para así demostrar lo fácil que era robar en el gran museo francés.
Sin embargo, a Pieret se le fue la lengua y dijo que era algo tan fácil, que ya lo había hecho en más ocasiones, es más, se jactó de haber proporcionado una pareja de esculturas íberas robadas en 1907 a un gran amante del arte.
Por supuesto el Paris-Journal publicó la noticia, avivó el escándalo y todo el mundo empezó a hacer sus conjeturas.
Picasso, nervioso, decidió volver a toda prisa a París para deshacerse de las figuras. Nada más llegar se fue directo a casa de Apollinaire para pedirle explicaciones sobre lo que estaba haciendo Pieret y sobre todo decidir qué hacer con las estatuillas, pues era cuestión de días que la gente les relacionara.
Aquella misma noche, ambos metieron las esculturas en un maletín y se dirigieron como furtivos al Sena con la intención de lanzarlas al río desde un puente. Sin embargo, la culpa, el miedo y la sensación de sentirse vigilados, les hizo dudar y tras varios intentos fallidos, volvieron aterrados a casa de Picasso con la maleta llena.
Finalmente decidieron que a la mañana siguiente Apollinaire llevaría a la redacción del Paris-Journal las esculturas para que el periódico las devolviera al museo. Y así hicieron. Pero, aunque el periodista que le atendió juró que no desvelaría su fuente, ese mismo día la policía se presentó en casa del escritor buscando la obra de Leonardo Da Vinci, que obviamente no encontraron, pero les llevó a considerarle presunto cabecilla de una banda de traficantes de arte, y le detuvieron.
Solo fue cuestión de horas que la policía fuera en busca de Picasso, quien, muerto de miedo, y dicen que llorando como un niño, renegó incluso de Apollinaire diciendo que apenas le conocía.
El juez se dio cuenta rápidamente de la situación, y lo más importante, que, desde luego, no tenían nada que ver con el robo de la Gioconda, por lo que les dejó en libertad.
Así pues, la cosa quedó en un susto, pero dice Henry Gidel, uno de los biógrafos de Picasso, que el artista quedó tan traumatizado, que durante mucho tiempo se negó a subir en la línea de autobús de Pigalle-Halle aux Vins, porque era en la que le habían llevado, escoltado por la policía, hasta el Palacio de Justicia para interrogarle por el robo de la Mona Lisa.
¿Te ha gustado esta historia? ¿La conocías?
Si quieres conocer más historias como esta, aprender sobre Arte e Historia, hablar de libros o de gastronomía. Esta es tu newsletter
Y por supuesto ahora que estoy comenzando, me ayudarías muchísimo si compartes mi proyecto a quien creas que le puede resultar ameno o interesante.
¿Lo prefieres en formato audio para poder escucharlo cuando quieras?
Desconocía totalmente esta historia, gracias por compartirla!
Muy interesante